Toreros históricos en la Plaza de Toros de Ronda (V). Antonio Ruiz «El Sombrerero», torero absolutista

Cuenta José Velázquez y Sánchez en sus obra «Anales del toreo» (1873) que entre los toreros de primera línea que tuvo ocasión de conocer, “ninguno me ha causado la impresión extraña de consideración a su tipo en el arte y a la vez de repulsión a su persona”. Personaje temperamental y soberbio, de su paso por la Plaza de Toros de Ronda se tiene el testimonio de un cartel de confección primitiva, cuya fecha se podría fijar entre 1814-1815, recién terminada la Guerra de la Independencia española. Una época en la que se corrían toros por las mañanas y por las tardes (24 toros en dos días en este caso), y en la que aún mantenían cierta preponderancia los varilargueros sobre los toreros a pie, aunque esa disposición comenzaba a perderse.

Funciones taurinas en la Feria de Mayo de Ronda (ca. 1814-1815). Archivo RMR

De la fecha de su nacimiento en Sevilla hay dudas, ya que según distintos autores oscila entre 1773 y 1783. Su padre tenía un modesto taller de sombrerería, de donde le vendría el alias, que también compartiría su hermano Luis (en el cartel de Ronda le llaman “el Sombrero”, con seguridad un error del cajista de la imprenta). Como muchos otros se formó en el matadero, al igual que el liberal José León, que sería su encarnizado rival en las plazas y en la vida en una pugna teñida de connotaciones políticas, y formó parte de la cuadrilla de Curro Guillén, primera figura de la torería que acabaría sus días en la Plaza de Toros de Ronda.

Hacía 1808 ya figura como media espada acompañando siempre al maestro, fogueándose por plazas de Andalucía, Extremadura y Castilla, pero al exiliarse Guillén a Portugal durante la guerra contra los franceses recoge la mayor parte de sus contratos, volviendo a su condición de media espada al regreso de Guillén en 1815. De ahí que se pueda fijar la fecha de este cartel en las fechas indicadas. Un año más tarde se presentaría en Madrid con él y con el gran José Cándido. Sería a la muerte de Guillén en Ronda que se consolidaría como primera figura del momento.

De las crónicas se refleja un torero serio, gran director de lidia, más cercano a la sobriedad de la escuela rondeña que a la filigranera de Sevilla, cuya eficacia y habilidad ocultaba que no estaba sobrado de valor. De modales más corteses que sus compañeros, era sin embargo capaz de variadas mezquindades, “hosco, reservado y de intención aviesa”, sin amigos, frío y despegado de afectos. Se dice que su temperamento autoritario le llevó a declararse absolutista “porque no soportaba razonamiento contrario a su capricho”.

En los primeros años su adscripción a los “blancos” le favoreció en los contratos. Se cuenta que en una ocasión en Madrid, al entrar a matar a un toro negro, dijo: “Así se mata a esos pícaros negros”, en alusión a los liberales. Pero el vaivén de la historia, a partir de la boda de Fernando VII con María Cristina de Borbón en 1829 comenzó a inclinar la balanza hacia los constitucionalistas. Como nunca fue capaz de ganar simpatía, el público de Madrid comenzó a ir contra él. Se sintió además agraviado al ser rechazado como ayudante en la Escuela de Tauromaquia de Sevilla, que pasó a dirigir Pedro Romero.

Antonio Ruiz «El Sombrerero». (Gómez de Bedoya, 1850).

En 1832, mermado en una pierna por la herida de un estoque desprendido, es vilipendiado en las primeras corridas que tenía contratadas en la capital por los Hospitales Generales. Ni corto ni perezoso, se alarga al Real Sitio de la Granja con la intención de ver a un muy quebrantado Fernando VII, que a pesar de no estar anunciado lo recibe por ser quien es. Circula la versión del siguiente diálogo. En el gabinete, el monarca le pregunta por su sombrío estado de ánimo. El torero se queja del trato recibido y de las burlas proferidas hacia su persona.

“Antonio, el público es muy respetable y sobre todo el de Madrid”, le contesta el Rey, gran aficionado a los toros.

Llevado por su agrio carácter, el torero no mide sus palabras:

“Señor, si se hubiera dado su merecido a todos los negros de España, no me silbaban en la plaza de Madrid como ha sucedido ayer tarde”.

“Yo determinaré. Retírate”, le despide el Rey de inmediato.

Fue el principio del fin de su carrera. Al tiempo que regresaba a Madrid llegaba una Real Orden para que se le cancelara el contrato de las corridas que tenían concertadas él y su hermano Luis, que se quejó inútilmente. En Sevilla siguió toreando, ya sin fervor de partidarios y sin facultades. La muerte de Luis por cólera en 1834 determinó su retirada un año más tarde. Quiso dedicarse a la compraventa de semillas, aceites y granos, pero la guerra civil desencadenada a la muerte del Rey le perjudicó al ser sospechoso de colaborar con la causa carlista, precipitando su ruina y abocándolo a llevar una vida miserable. En 1859, algunos compañeros de profesión, como «Cúchares» y «El Tato» le organizaron una corrida benéfica (Manuel Domínguez se descolgó pidiendo 500 duros). De poco le valió. Poco después ingresó en el hospital para morir, octogenario, en 1860.

En este cartel de Ronda figuran también dos varilargueros de renombre. Joséf Doblado, que ya se había presentado en Madrid en 1801 y gozaba de buena fama, y el notable y espectacular Sebastián Miguez, vecino de Utrera, amigo íntimo de Curro Guillén, que participó en las revueltas liberales y tuvo que valerse de un salvoconducto durante la década absolutista para dedicarse a su profesión, en la que era muy valorado, hasta el punto de que Fernando VII lo nombró conocedor de la vacada que compró a Vicente José Vázquez en 1830, y posteriormente trabajó para el duque de Veragua al adquirir la misma, antes de ser mayoral de la plaza de Madrid. Falleció en 1830 atropellado por un toro en los corrales.

De los toreros a pie que acompañaban a Antonio Ruiz está el rondeño Manuel Lara y de media espada Luis Ruiz, el otro «Sombrerero», que hizo su carrera siempre a la sombra de su hermano, iniciado por él en la profesión como peón y banderillero hasta que consiguió cierta categoría sin pasar de mediano. Con él se reparó la injusticia de castigarlo como a Antonio, y volvió a torear en Madrid, aunque en la reseña de una de sus actuaciones se dice que “quedó malísimamente, no habiéndole echado a pedradas por el gran decoro y circunspección que el pueblo madrileño guarda en funciones que preside el Rey Ntro. Señor “.

Bibliografía

R. Cabrera Bonet. Orígenes y evolución del cartel taurino en España. Consejería de Gobernación y Justicia, Sevilla, 2010.

J. M. Cossío. Los toros. Tratado técnico e histórico, vol. III. Espasa Calpe, Madrid, 1943.

Velázquez y Sánchez. Anales del toreo. Imprenta y ed. Juan Moyano, Sevilla, 1868.

Gómez de Bedoya. Historia del toreo y de las principales ganaderías de España. Madrid, 1850. Publicado por Egartorre Libros, Madrid, 1989.

J. Sánchez de Neira. El Toreo. Gran diccionario tauromáquico. Imprenta de Miguel Guijarro, Madrid, 1879 (Turner, Madrid, 1988).

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